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Cuando Atchugarry nos hablaba de Juanjo

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Cuando Atchugarry nos hablaba de Juanjo

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A pocos años de la muerte de Juanjo Ramos, el exministro de Economía Alejandro Atchugarry nos entregó un testimonio del estrecho vínculo forjado entre ambos durante la crisis de 2002.

«Hago memoria, retrocedo en el tiempo y me parece estar en los primeros días de agosto de 2002, en mi despacho del ministerio de Economía. En la pared había un cuadro que representaba las tres carabelas de Colón en medio de un mar tempestuoso y cuyo título era Rumbo a lo desconocido. Ese cuadro se me quedó grabado, porque la situación que vivíamos entonces en él se representaba fielmente. 

Allí nos reunimos muchas veces con Juanjo Ramos, a quien antes —como legislador— solamente  había visto un par de veces previo a la crisis y con el que nunca había tenido un trato especial. Pero «el año que vivimos en peligro» (el título de esa película se aplica a las circunstancias) nuestros contactos se intensificaron.

Por esos días el país soportaba la corrida bancaria más larga y más profunda, que se llevó el 45 % de los depósitos. Corridas en el mundo ha habido muchas, pero no con esa duración (meses) y con esa profundidad (prácticamente la mitad de los depósitos).

Así que nuestra relación comienza con el feriado bancario, cuando casi la mitad de la banca privada del país, en cuando a cantidad de depósitos y de funcionarios, no estaba en condiciones de reabrir. El Estado había tratado de sostenerlos y se había quedado sin dinero. Y el BROU, muy golpeado, porque también había sido objeto de la corrida, tampoco tenía fuerza para auxiliarlos.

La primera cosa que nos propusimos en esas largas jornadas nocturnas en torno a una mesa oval, en el Ministerio de Economía, fue tratar de colaborar para generar confianza en el público. En eso, tanto Juanjo como yo —quienes somos un poco de mostrador y no tanto de la academia— estábamos persuadidos de que la primera cara que ve el ahorrista es la del funcionario bancario, el que va a transmitir más o menos tensión, más certezas o más incertidumbre.

Con Juanjo compartí responsabilidades cuando para un dirigente sindical hubiera sido  más fácil decir 'incendiamos la pradera'. La decisión a tomar para un dirigente —ya fuera político o sindical— era tal vez la más difícil, la más comprometida, porque no era la de optar por el desastre en el que estábamos sino la de construir una nueva opción. Construir en un país muy golpeado donde estaba todo para hacer, con cero experiencia para encarar este tipo de cosas. En un país que tampoco tenía claro para dónde se salía y cuando desde afuera nos indicaban caminos que Uruguay no quería tomar y por suerte no tomó.

Ahí empezamos a trabajar y fueron innumerables noches en las que, en primer lugar, le tomé afecto. Así que no puedo ser neutral en lo que diga. Le tomé mucho afecto. Me impresionó  siempre, notoriamente, como un hombre muy vehemente y que bancaba aquello que acordaba. Un detalle imprescindible para construir algo: la confianza que queríamos reconstruir en el país también era básica sobre nuestra mesa.

Y en segundo lugar para todo eso se requirió la serena firmeza que yo encontré en Juanjo y también en distintos dirigentes. Me costaba identificar a qué corrientes pertenecían, pero en su conjunto acompañaron una construcción compleja que termina en diciembre de 2002 armando un banco con las partes buenas de los bancos cerrados para poder atender de alguna manera a los ahorristas y también, aunque sea parcialmente, los empleos.

Ese fue un camino muy complejo. Tengo —tuve en ese tiempo y lo sigo teniendo— un enorme respeto a Juanjo, a la organización gremial que tomó el camino más difícil, que era comprometerse con sereno valor en armar una salida. Creo que estas son enseñanzas para tiempos difíciles porque estoy convencido de que el Uruguay siempre saca lo mejor de sí en los momentos difíciles, desde lo deportivo hasta la alta política, hasta la vida familiar. Porque el uruguayo se niega a entregarse a la desesperanza y tiene esa rebeldía que lo lleva adelante, esa rebeldía de no entregarse.

Yo alguna noche hable con Juanjo no del tema de los fríos números, si cierran o no cierran, sino de lo que representaba ser el soporte afectivo de muchos compañeros que le volcaban su angustia, su incertidumbre. Ese carácter tan fuerte y vehemente fue lo que le permitió también, junto con otros compañeros, poder ser un soporte moral. Porque al final de día, ya sea un ciudadano de otras actividades, un ciudadano ahorrista o un funcionario bancario sin empleo, lo mira a uno al fondo del ojo para ver el alma. Y cuando uno está convencido de lo que hace, termina transmitiendo la certeza de que de alguna manera las cosas se van a arreglar. Esa convicción es, a mi manera de ver, lo que le permitió al Uruguay ir saliendo adelante.

No puedo ser neutral, tengo un cariñoso recuerdo de Juanjo, construido en la adversidad. Fue una persona que, con enorme pasión, se entregó a defender una causa y tuvo el sereno valor de apostar a construir algo. Generaba respeto por su persona, no solo él, naturalmente: también todos los que asumieron el camino difícil de construir. Y diez años después, afortunadamente, comprobamos que ese fue el camino acertado. Porque los vecinos grandes y ricos se pueden equivocar muchas veces, pero nosotros no podemos equivocarnos mucho. Doce años después vemos que lo que se construyó funcionó y vendrán en el futuro problemas nuevos, pero de aquellos se salió con acierto.

Creo que los destinos se van construyendo con personas que tal vez que no terminan en el bronce o en los libros de historia, pero que han hecho una contribución enorme. En este caso sí obtienen el reconocimiento de su gremio, lo que es sumamente justo y adecuado».