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Espacio recobrado

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150 niños de primero a sexto concurren nuevamente a la Extensión Escolar de AEBU, tras haber superado el paréntesis decretado por el Gobierno.

Esta frase inicial describe de una forma superficial una experiencia compleja y enriquecedora vivida a lo largo de varios meses por la comunidad de niños, familiares y docentes del centro de AEBU dedicado a la infancia. Un trayecto que merece ser detallado. 

Amparo Delgado, coordinadora de Extensión Escolar, explicó a Portal AEBU que sus alumnos pertenecen a nueve escuelas públicas de Montevideo que asisten a contraturno de sus respectivos centros educativos. Con la extensión escolar complementan el trabajo educativo en ellos recibido con la participación en talleres de música, expresión, segundas lenguas y actividades deportivas. Estas últimas las realizan en el Club Deportivo AEBU.   

Tras la interrupción de las clases, a partir del 16 de marzo, tres desafíos principales debieron asumir las docentes de extensión escolar: «Uno, acortar la distancia que se nos había impuesto con los niños; dos, continuar con nuestra misión pedagógica aportando al desarrollo de los niños y tercero, sostenerlos afectivamente, porque todos estábamos muy afectados en esta coyuntura. Queríamos mantener un vínculo afectivo con las familias y los gurises y también al interior de nuestros equipos de trabajo».  

¿Cómo cumplir con estos propósitos? «Para atender a estos desafíos se acudió a la comunicación, que jugó un rol muy importante, y a adecuar nuestra propuesta. Éramos una extensión escolar, un complemento de algo que ahora no estaba funcionando, entonces teníamos que reinventarnos. Y en esa acción jerarquizamos la idea de lo afectivo, de generar un contacto cariñoso con los gurises, porque sabíamos que muchos estaban pasando mal y había situaciones complejas en las familias en general. También había que ocupar de alguna manera diferente el tiempo de 24 horas por siete de los niños encerrados en sus casas, porque no tenían ningún otro espacio habilitado más que el de sus hogares».   

Delgado explicó otro aspecto a tener en cuenta respecto a los alumnos. Estaban «muy exigidos por la escuela porque todos ellos trabajaban en plataformas de manera remota, algunos con muchas tareas». Las familias, por su parte, también padecían «una sobrecarga importante, porque por primera vez estaban ocupando un rol que antes no tenían o no solían tener, especialmente aquellas que dejaban a sus hijos en una institución a las 8 de la mañana y los retiraban en otra a las cinco de la tarde». Cabía entonces «pensar en algo que no sobrecargara a las familias, que fuera afectuoso y sostuviera el vínculo, pero sin exigir».

Hubo que hilar muy fino para «hallar una senda que no estuviera transitada  por ellos, que llevara nuestro código, algo que hablara bien de nuestra singularidad, de nuestro vínculo con ellos y su desarrollo». De esta forma encontraron «espacios que nos hicieron sentir muy cómodos en la medida en que sentíamos que funcionaban cuando las familias nos devolvían que los niños estaban disfrutando de los encuentros». Hubo que elaborar contenidos, subirlos a la plataforma propia, y ya en mayo comenzaron los trabajos grupales por Zoom con distintas propuestas vinculadas a lo lúdico, y las clases virtuales de inglés.

La familiaridad ganada en las escasas dos semanas normales anteriores al corte de marzo «fue clave», porque permitió manejarse «con la complicidad de lo que antes habíamos experimentado. Recuperamos cosas relacionadas con experiencias anteriores, mucho del vínculo que tenían con sus maestras, que son únicos e individuales y no se pueden difundir en una red social. Son los códigos internos, íntimos. También se integraron a esta modalidad de trabajo los profesores de educación física, quienes realizaban propuestas para invitar a jugar a través de la plataforma».  

Con los padres la situación fue similar y de ellos se recibió «una respuesta muy afectuosa, se generó una comprensión mutua: ellos se sintieron muy bien acompañados y nosotros muy contenidos por ellos. Por momentos nos sentimos tensionados o interpelados y eso estuvo bueno porque permitió construir cosas conjuntamente. En términos generales casi siempre recibimos agradecimiento, mucho cariño, mucha comprensión», evaluó la coordinadora.

Vuelta al salón

A la hora del retorno a la actividad presencial se optó por una paulatina integración de los niños  observando un cronograma. Cada dos semanas se evaluaba lo trabajado y en base a ese análisis se consideraban posibles cambios. «Ahora hay un turno en el que los niños están viniendo todos los días. En la mañana, cuando la cantidad de niños es mayor, hay rotación: cuatro veces a la semana vienen unos y tres veces a la semana otros. Se distribuyen en los espacios disponibles y se organizan en subgrupos, por edades o por actividades». 

Preguntada sobre los daños que la pandemia ha causado al alumnado Delgado opinó: «Va a ser muy difícil compensar el tiempo perdido». Lamentó que a los niños, quienes pertenecen a  una de las franjas etarias con menor riesgo de contagio, «se les suprimieron sus derechos más importantes. Tener a los niños durante tres meses encerrados en sus casas es truncarles todo su desarrollo psíquico, cognitivo y motriz». La docente explicó que ellos trabajan con «una edad en la que el cerebro está muy plástico y se va desarrollando en relación a los estímulos que recibe. Y un niño en su casa, en un sillón, frente a una computadora, por más que esté trabajando con una maestra y haciendo una actividad muy didáctica no deja de ser un niño sentado en un sillón, que no se está moviendo. Además el estímulo más importante que tiene un niño es el de su igual, el de su par, un niño como él que lo va a interpelar, a acompañar».

Tras esa reflexión la coordinadora expresó sentir «la responsabilidad de intentar compensar algo de lo que se los privó en el período anterior y por eso estamos todo el tiempo intentando encontrar la vuelta para que ellos puedan integrarse cada vez más y perder menos tiempo y menos espacio en nuestro lugar, ya que todavía siguen privados de muchos espacios». Ellos, explicó, «siguen yendo muy pocos días a las escuelas, concurren dos veces por semana y a veces tres, entonces nos sentimos con la responsabilidad de generar algo que los fortalezca y los potencie en relación con lo que fue el período anterior. Por eso ya están haciendo actividad deportiva y educación física en el gimnasio. Todas las propuestas que les hacemos están muy vinculadas a lo corporal, a la música, al ritmo, a la expresión, y tratamos que desde esos lugares encuentren algo de lo que se perdieron». 

Tanto esfuerzo y dedicación tiene su recompensa para las maestras: «La verdad es que hay un clima de alegría en los niños que no te hacés una idea. El día que volvieron lo hicieron felices   del encuentro. Vienen con entusiasmo. Obviamente hay algunas situaciones particulares, de niños que al revés, estuvieron tanto tiempo con sus familias que desprenderse ahora les está costando más. Pero en general hay un clima de alegría y de disfrute que es muy motivador para el equipo».